Agité la varita y un leve gemido salieron de los labios de Petunia. Con la cara pálida, se llevó las manos a la boca y examinó sus labios con la yema de sus dedos, y luego su gargata, como si quisiera comprobar que todo estaba bien. Luego volvió a clavarme los ojos.
-¿A... a qué has venido? -me preguntó casi en un susurro.
-No he venido por ti, eso es seguro. -le di la espalda y para distraerme, examiné las extrañas anotaciones que habia sobre uno de los muebles. La mayoría eran direcciones y numeros de telefonos.
-Entonces... has venido por... -dejó de hablar un momento y luego continuó- ¿Has venido por el chico?
Cerré mis ojos y suspiré. Todavía dándole la espalda, le contesté sin rodeos.
-Dumbledore me envió. Quería asegurarse de que él está bien.
Escuché como la silla se corría y supuse que Petunia se había puesto de pie. Me di vuelta para comprobarlo y efectivamente lo había hecho.
-¡Él me aseguró...! ¡Me prometió que ningnuo de... ustedes vendría...! ¡Sólo nos comunicamos por cartas!
Era cierto, yo lo sabía. Pero creí que se tragaría esa mentira.
-Estoy al tanto de eso.- respondí con tono despreocupado, y volví a darle la espalda y a examinar las direcciones. -Es sólo que Dumbledore tuvo un mal pesentimiento y me envió a mi, sólo eso.
-Mientes. -me djio con voz temblorosa. -Todavía... todavía no la olvidas.
El tiempo se detuvo. A pesar de ser pleno verano, sentí un frío terrbile que me hizo temblar. Mis pensamientos me...abandonaron, no sé como explicarlo. Todo volvió a mi; los recuerdos, el dolor...
-No te la has podido sacar de la cabeza, no me lo niegues.
Una palabra más y la mataría, lo haría de verdad.
-No te perdonas...
Me di vuelta y le puse la varita en el cuello. Con la mano izquierda le tapé la boca; forcejeamos, la silla se cayó para atrás y Petunia se sostuvo como pudo en la mesa de la cocina. La rabia que expresaba mi rostro era impagable; tanto que la pobre mujer comenzó a lagrimear como loca.
-Sabes perfectamente que te mataría, que no dudaría ni un segundo. -le dije entre dientes. Gimió cuanto pudo, pero no la solté. Quería matarla, necesitaba verla sufrir por lo que había dicho, por todo lo que había hecho... a mi... y a ella. De repente, sus ojos dejaron de posarse en mi rostro y miraron más alla, a mis espaldas. Apuntaban con tanta intensidad que me di vuelta. De reojo vi el mueble con las direciones pegadas en él. Volví a mirar a Petunia. Creo que se estaba asfixiando.
Le apliqué nuevamente el encantamiento silenciador, y con mi mano izquierda busqué en mi bolsillo una botellita que contenía un líquido rosa claro. Lo destapé con la boca y le puse unas gotas en los labios. Al instante se quedó dormida, y cayó al suelo de la cocina, no sin antes olpearse la nuca con la mesa.
-Eso te va a doler mañana, aunque no recordarás nada.
Dispuesto a subir al primer piso, donde creí que encontraría al hijo de Lily, caminé hacia la salida de la cocina. Pero me detuve en seco y miré al mueble otra vez; me acerqué y examiné ligeramente con la mirada todas las anotaciones, esta vez sí prestando atención. Y una en particular me dejó boquiabierto. Con una caligrafía que conocía muy bien, la nota rezaba:
Esta enterrada en el Valle de Godric, por si algún día quieres visitarla.