Aparté los ojos de la caligrafía de Dumbledore y miré otra vez a Petunia, que yacía inconciente en el piso. ¿Petunia, llevándole flores a Lily? No lo creería. Pero las miradas de reproche, sus palabras rabiosas... ¿Realmente la odiaba como decía, era verdad? ¿Habría lamentado la muerte de su hermana? Confié en que si. Nunca lo supe.
Retomé mi camino hacia el primer piso, en busca del sobrino de Petunia. Según tenia entendido, los Dursley eran su única familia. Entré al cuarto cuya puerta estaba semi abierta, y encontré dos cunas: una de madera blanca, parecía nueva. La otra era vieja, estaba un tanto vencida hacia uno de los costados y era más baja que la blanca. Me acerqué a ésta última, y lo vi por primera vez. Estuve un rato en silencio, viendo como dormía. Tenía el pelo lacio, pero bastante espeso y en distintas direcciones. Su piel era bastante blanca, y era un tanto alto para tener un poco más de un año.
-¿Qué estoy haciendo?- dije en un susurro. Pero Harry pareció escucharme. Abrió los ojos lentamente, y los clavó en los míos. Eran... era Lily. Por un momento, creí estar viendo a Lily, sin lugar a dudas.
-Tus ojos...-dije, sorprendido. -son la única razón por la que no te odiaré el resto de tu vida. Tienes suerte, la verdad.
Sebastian y Annie se habían vuelto bastante propensos a estar castigados por casi todos los profesores. ¿Y por qué?
-¡SI VUELVEN A CASTIGARNOS POR ESE MALDITO LIBRO, TE JURO...!-
-¿Qué harás? -interrumpió Annie, en un tono amenazante a Sebastian, mientras salían del despacho del profesor Flitwick tras haber cumplido su último castigo. -No habías sacado tan buenas notas en Pociones antes, y mucho menos en Encantamientos... ¡Le debes todo a este libro!
Siguieron caminando por los pasillos, rumbo a su sala común. Lo interesante de esto es que esa vez fue la última vez que los sorprendieron ojeando "Elaboración de Pociones Avanzadas" en clase. Llegado a un punto, lo sabían de memoria. Tanto que decidieron prestárselo una vez al hermano menor de Sebastian, y cuando éste quiso devolvérselo, le dijeron que no era necesario, que podía conservarlo siempre y cuando lo use bien.
Es quizás, la última vez que estos dos personajes hacen su aparición en la historia de Snape. Fueron fundamentales a la hora de iniciar una (de las miles) tradiciones que existieron en Hogwarts, comenzando así un ciclo casi interminable, donde ese libro pasó de mano a mano, de estudiante a estudiante. Años más tarde, Annie y Sebastian se preguntaban, en una de las tantas noches que se reunían a pasar el rato, dónde había ido a parar el libro que tantos problemas y soluciones les había traído. Pero ya no les importaba; Annie se había casado con un famoso cantante de baladas mágicas, y Sebastian había dedicado su vida al estudio de las criaturas y animales fantásticos.
Ninguno supo que ese libro llegaría a las manos del mago más famoso de toda la historia, ni de que Snape había mirado a su último dueño directamente a los ojos, aquella noche en que decidió irrumpir en la casa de los Dursley y ver a Harry, la persona por la que había dado su vida.
martes, 15 de febrero de 2011
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