31 de Julio de 1993
Las gotas seguían cayendo lentamente, pero la tormenta ya había golpeado con todas sus fuerzas hace ya unas horas. El reloj del comedor anunció la llegada de la medianoche con un suave tintineo. La Calle de la Hilandera siempre había estado en paz, rara vez pasaban autos, o incluso gente. Y la gente que por allí rar vez pasaba tenía algo muy en particular. De hecho, iban todos a la misma casa, la única que quedaba habitada. Aunque era difícil de creer, el único vecino que se había negado a vender su propiedad seguía viviendo allí. Las restantes casas, por al menos tres manzanas, estaban vacías; sus respectivos dueños las habían vendido por una fortuna, ya que la inauguración de un nuevo centro comercial requería el espacio que ese barrio industrial abandonado tenía. Pero no podían hacer nada si el idiota que vivía en el número 27 no vendía su casa. Habían intentado de todo: ofertas de cientos de miles de libras, otras propiedades en el exterior, pero nada convencía al dueño de esa casa. Por supuesto que no, el dueño del número 27 era un hombre que no se fiaba en las personas fácilmente.
Pero esta vez, el señor McDrebbin, un muggle de unos 40 años que trabajaba para la compañía de centros comerciales de Londres, había encontrado su fórmula para el éxito. Según le habían comentado, la verdadera dueña de la casa, la señora Prince, había desaparecido ya hace más de 10 años, y bajo las leyes de propiedad de Inglaterra, la casa era por consecion, perteneciente al estado. Por lo que cualquier persona que viva en esa casa era un intruso, y estaba infringiendo la ley. Oh si, era hora de que ese tipo raro de pelo largo y grasiento empaque sus cosas y se vaya de una vez por todas. Incluso, McDrebbin estaba tan seguro de que iba a salirse con la suya que ordenó a los maquinistas que se preparen para la demolición mañana por la mañana.
Al otro día, antes de que el sol salga incluso, McDrebbin ya estaba levantado y llevaba puesto su mejor traje. Se despidió de su esposa y condujo su auto hasta la Calle de la Hilandera. El sol brillaba bastante entre la niebla, el día era perfecto, y cuando sus superiores vean que por fin logró deshacerse de la maldita casa, le darían un ascenso sin dudarlo. El día no podía ser más perfecto, pensó.
Tenía que esperar a sus abogados para proceder, pero estaba tan impaciente que decidió darle la noticia él mismo al propietario de la casa. Llamó a la puerta con tres golpes, y aguardó.
-¿Qué quiere? -le respondió una voz del otro lado, sin expresión.
-Buenos días, señor. Me gustaría poder hablar con usted... si no es mucha molestia. -contestó McDrebbin muy amablemente. Por dentro estaba deseando darle la noticia de una vez por todas.
-Lo siento, no me gusta hablar con desconocidos. -contestó la voz. La puerta seguía sin abrirse.
-¡Pero usted me conoce, señor! Soy Donald McDrebbin, del Departamento de Compra y venta de...
La puerta se abrió de inmediato. Del otro lado, la alta figura de un hombre, cuya cara estaba cubierta por un largo cabello negro y grasiento, se asomó desde el itnerior de la casa.
-Cuantas veces tendré que decirle que mi casa no está en...
-¡Oh no! Eso ya lo sé, pero no vengo a comprar su casa esta vez .-contestó el muggle. con una sonrisa de malicia -Siempre me pregunté por qué la señora Prince, que es la verdadera propietaria de la casa...
-No tengo ganas de escucharlo, señor McDrebbin...
-...nunca se encontraba aquí, y es por eso que decidí investigar. Y resulta que no está aquí... ni en ninguna parte! ¡Según Scotland Yard lleva diez años desaparecida1 ¿No le parece raro? Es un detalle que usted nunca nos mencionó.
El dueño de casa se quedó helado, pero no por la sorpresa, claro que no. Estaba pensando, calculando... como siempre lo hacía.
-Creo... que si. Lo olvidé por completo. -respondió atónito. -¿Sabe qué? Vamos a hacer esto. Me acompañará al interior de mi casa, le firmaré las escrituras, y podrá hacer con ella lo que quiera.
-Y usted podrá irse donde le plazca, señor Snape, le aseguro que no diré nada. ¡Es lo que siempre quise! -contestó McDrebbin, mientra ingresaba a la casa.
Por dentro, había un olor a humedad impresionante. Las paredes estaban resquebrajadas, el piso de madera rechinaba cada dos o tres pasos y los muebles del comedor, cuyas paredes estaban atestadas de libros viejos, estaban muy gastados.
-Voy a servirle algo mientras voy a buscar los papeles...
-Oh no, es muy temprano para beber, muchas gracias...
Pero era tarde, por que el hombre ya tenía su vaso en la mano lleno de un líquido amarillento.
-Ehm... gracias, es muy amable de su parte.
-Tómelo, le aseguro que le gustara. Enseguida vuelvo. -y se perdió mientras subia las escaleras al piso superior.
McDrebbin tomó un sorbo del líquido mientras se preguntaba cuánto tardarían las maquinas de deshacerse de todas las casas de la manzana. Las obras debían empezar cuanto antes... por cierto, lo que estaba bebiendo sabía muy bien. Bebió otro trago, y se sentó el único sillón del comedor. Hay que avisar a la copañía apenas salga de ahi, las obras deben empezar de inmediato. O tal vez, podían esperar a que pase el verano. Si, Julio no era una buena época. ¿Pero hacerlas en invierno? Es una locura. Quizás... quizás ninguna sería una buena época. Por que claramente, el lugar no era el correcto. No señor, el lugar estaba mal. No se podía, simplemente no se podía.
-He vuelto, aquí tengo los papeles...
-Disculpe, Snape -dijo McDrebbin y se puso de pie de un salto. -pero lamento haberle quitado su tiempo. Esta casa sigue perteneciéndole, nade se la va a quitar. Ese centro comercial jamás va a construirse, no en esta zona al menos.
-¿Está seguro? -preguntó Snape con simpatía.
-¡Completamente seguro! Ahora mismo me voy a hablar con mis superiores, van a escucharme. Si, lo harán...
Y dicho esto, McDrebbin desapareció. Snape lo vió alejarse en su auto y luego tapó la botella del filtro que había puesto en la bebida del muggle.
-Idiota. -murmuró. Pero antes de poder tapar la botella del todo, un golpe en la ventana de su cocina, que era la única que daba a la calle, llamó su atención.
-¿Qué pasa ahora?- ¿Dos visitas en un día? Era algo nuevo.
Una lechuza estaba picoteando el vidrio de la ventana, llevaba un diario atado a la pata. La dejó entrar, pagó 5 sickles a la lechuza y ésta se marchó. Él no estaba inscripto a "El Profeta", entonces... alguien debía de habérselo enviado. Desplegó la primera plana, y no pudo evitar quedarse boquiabierto al leer que Sirius Black había escapado de prisión la noche anterior.