Naturalmente, me quedé dormido. Hacía noches que no dormia y esa no fue la excpeción.
Me vestí apurado, tome el maletín con las cosas que había preparado para ese día y sali a poner la cara a mi nuevo y primer empleo.
Los alumnos de primero estaban fuera del aula, en dos filas heterogéneas. Hicieron silencio cuando me vieron, con sus caras llenas de pánico. Suspiré, me abrí paso entre ellos y abri la peurat para que entren.
Una vez adentro, todos se ubicaron y yo fui derecho al escritorio.
Comencé a sacar los pergaminos de mi maletín cuando involuntariamente miré al chico que se sentaba donde yo lo hacía cuando tenia clases.
Era un chico de Ravenclaw, rubio, de ojos azules y enormes. Miraba el aula con mucha curiosidad. Me reí por dentro. Había pasado tanto tiempo, pero parecía ayer cuando Slughorn me dicataba las clases allí, donde me sentaba con Lily en mis primeros años y con Lessie en los últimos. Las clases de pociones habían marcado mi vida en parte, ¿lo haría Hogwarts con otro alumno?
-Bienvendios a Pociones. Tengo entendido que son de primer año, por lo que es probable que no tengan mucha experiencia en este campo de la magia.
Luego de dar una extensa charla, tomé lista y comenzé a anotar en el pizarrón los conceptos básicos de seguirdad para preparar pociones.
Fue fácil. Es decir, no encontré dificultad como profesor, los alumnos eran bastante sumisos aunque mi tacto con los chicos no era el más sofisticado.
Pensé que podían preparar una solución para enconger, simple y para nada peligrosa; la mitad no supo prender el fuego para calentar el caldero, y la otra mitad que lo logró había causado un incendio en la mesa donde trabajaban.
El único chico que pudo llegar al tercer paso de la preparación de la solución fue el Ravenclaw que se sentaba en mi mesa. Estaba concentradísimo, midiendo con exactitud cada medida de esencia de Belladonna, cada pizca de jarábe de eléboro...
Mientras me paseaba por las mesas corrigiendo los errores, le pregunté al Ravenclaw cuál era su nombre. Sebastian, fue su respuesta. Se quedó mirándome con mucha curiosidad, pero lugeo se ruborizó y siguió trabajando.
El ser profesor no despertaba ningún interés en mi, lo fui descubriendo con los años. Hacía lo que podía para que las clases pasen rápido y poder salir de esa aula infernal. La cantidad de recuerdos que me venían a la mente me... destruían. Sentía mucha angustia, un frío doloroso en mi corazón, muy distinto al frío natural de las mazmorras al que, con los años, me acostumbré.
Como lo había pedido, me dirigí al despacho de Dumbledore a la hora de la cena. La gárgola me dejo pasar al decir "varita de regaliz", y al atravesar la puerta de roble, lo encontré charlando con uno de los cuadros.
-Severus, pasa por favor.
Así lo hice, cerrando la puerta con la varita.
-¿Cómo ha ido tu primer día como profesor?- preguntó cordialmente.
-Nada mal, supongo. Ningun estudiante se quejó.
-¡Excelente! Entonces, imagino que te quedarás con el puesto...
-¿Qué otra opción tengo? -le pregunté con sarcasmo.
-Bueno, no hablo de que abandones tu promesa. Sino de que puedes cumplirla desde otro lado.
-Le pedí el puesto de profesor de Defensa...
-Ya hemos discutido eso -dijo, cortante.
-¿Discutido?-le pregunté, incrédulo .-¡Ni siquiera me ha dado una razón!
-Que no te las haya dado, ¿significa que no las tenga?
-Otra vez la confianza ciega, ¿verdad? -pregunté, revoleando los ojos. Estaba harto de Dumbledore y sus métodos.
-Asi es. Y es bueno que recuerdes que no haces esto por mi, sino por...
-Lo sé. -dije, con la voz quebrada. No había pensado en ella desde la noche en que sucedió la tragedia.
-No debes reprimir lo que sientes...
-¿Qué sabe usted de lo que siento? -le contesté con dureza.
Esta vez, Dumbledore prefirió callar. Quizás, por ser incapaz de contradecirme, o quizás por no queres seguir lastimándome. Se acercó lentamente a un armario pegado a la pared, le dió unos toques con su varita y éste se abrió, revelando una cómoda que sostenía una vasija de piedra.
-Esto, Severus, es un pensadero. Supongo que sabes cómo funciona. -dicho esto, caminó hacia la puerta, y antes de abrirla y marcharse, me dijo: te aconsejo que por hoy lo uses, y descubras al fin qué es realmente lo que tú sientes.
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