Salió del lugar a toda prisa todavía sonriendo, extasiada por lo que acababa de hacer. ¿Dónde seguiría buscando ahora? Podría estar en cualquier lado, pero algunos lugares específicos rondaban en su cabeza. Mientras tarareaba en su cabeza el vals que había bailado con él hace tanto, en la mansión Malfoy, se dirigía decididamente a la Calle de la Hilandera, en busca del libro que tanto quería.
Sebastian odiaba las alturas, la comida fría, la ignorancia, y era irritantemente pulcro. Annie disfrutaba ver a los demás equivocarse, cantaba en sus ratos libres y era tan autosuficiente como podía. Sebastian odiaba meterse en problemas, Annie amaba hacer que los demas se metan en ellos. Uno suceptible, y la otra persuasiva. Un chico vulnerable en manos (o garras) de una traviesa chica de 11 años. Y un profesor que día a día toleraba menos a sus alumnos.
-¡Chico idiota! ¿Acaso no puedes leer? El sentido antihorario está en el tercer paso...
-Lo siento. -decía el pobre Gryffindor.
-Sentirlo no va a ayudarte a aprobar. -le contestó el profesor Snape, mientras desvanecía el contenido del caldero con su varita.
Cuando Sebastian se dió cuenta que se acercaba a su mesa, se puso a releer las instrucciones en el pizarrón, esperando no tener errores.
-Tus orejas se ponen coloradas cuando estás nervioso, ¿sabías?
-No estoy de humor. - le respondí. Annie hizo como si no lo había escuchado, como siempre lo hacía. Siguió peinando su cabello mientras entonaba una canción por lo bajo.
-¿Es así como preparas tu filtro? -preguntó una gruesa voz desde el fondo.
Annie y Sebastian se dieron vuelta al instante, y vieron como Snape se acercaba a ellos.
-Lo siento, profesor. El olor que sale del caldero me hace muy mal y...
-Entonces ve a quejarte con el profesor Dumbledore, no conmigo. Este filtro está en el programa enviado por el Ministerio, y una alumna no va a decirme qué hacer o no.
No pude evitar soltar una risita.
-¿Qué hay de ti? -preguntó Snape, más enfadado aún. Se acercó a mi caldero y casi mete su enorme nariz en él.
-Demasiado jengibre. Es una lástima. -dijo fríamente, y se fue a su escritorio.
-Con esa actitud, solo van a conseguir horas de castigos. -le dijo a toda la clase. -No hay uno, repito, uno de ustedes, que pueda aprovar Pociones. SEÑORITA POYNTER, ¿LE MOLESTARÍA MUCHO DEJAR DE PEINARSE MIENTRAS ESTOY HABLANDO?
La tensión podía cortarse con un cromo de magos y brujas famosos. Annie se quedó quieta, pero con una cara de indignación increíble. Yo la miraba, y miraba a Snape. Sus ojos eran dos agujeros negros, profundos, de una intensidad impresinonante. Daba miedo, había que reconocerlo.
-Alguien debe darle una lección. -me dijo Annie mientras saliamos de las mazmorras.
-Pues buena suerte. -le contesté -no volverás a meterme en problemas frente a Snape.
Annie no pensaba lo mismo.
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