-Necesito de tu compañía mañana por la noche.
-Ya te he dicho que no cuentes conmigo.
No había que ser un genio para saber que tramaba algo malo. Me senté en mi lugar de siempre y comencé a desayunar como todas las mañanas antes de ir a clases.
-¡Es enserio! Quiero practicar con mi escoba antes de las pruebas de selección de Quidditch, pero todas las chicas de primero son demasiado miedosas.
-Es lógico que lo sean -le contesté -Tienen 11 años. Y tu también, lo que implica que no puedes jugar Quidditch.
Annie revoleó los ojos y se sentó al lado mio, esbozándo una encantadora sonrisa.
-Seb, eres muy inteligente cuando te lo propones. Esta bien, ¿sabes? No voy a practicar con mi escoba. Quiero... entrar en la biblioteca.
-Puedes hacerlo durante el día.
-En la sección prohibída de la biblioteca. -reformuló la chica.
Casi me atraganté con una tostada.
-¿Estas loca o qué?
-Baja la voz. Me han dicho que tienen libros únicos allí adentro.
La miré con desaprobación y le contesté:
-¡Claro que los tienen! Pero el saber no es para todos, eso los haría dejar de ser únicos. Es por algo que están en esa biblioteca.
-No lo creo así. El saber debe ser transmitido, no custodiado. -me contestaba con indiferencia.
-Saber es poder, y si todos lo tuvieramos sería un desastre.
-Te equivocas.
-¿Qué?
-El saber no es poder, la verdad si. Yo te aseguro que en esa biblioteca hay muchos libros llenos de mentiras. Es un cuestionamiento el qué hacer con ellos: ¿destruirlos, eliminarlos? ¿O dejarlos como prueba, para saber qué conocimientos no son verídicos?
-Pero... -iba a replicarle, pero no sabía que.
-Es una pena, la cantidad de volúmenes antiquísimos que esa biblioteca guarda estarán siempre cerrados para nosotros, por unos años al menos. -Se levantó de la mesa y me dió la espalda. -Cuando el lunes sepa cosas que tu no sabrás hasta dentro de seis años, vas a arrepentirte de no haberme acompañado. -Y caminó hacia la salida del Gran Comedor.
-¡Annie, espera! -grité, y salí corriendo tras ella.
La "entrevista" era por la tarde en el despacho de Dumbledore. No confiaba para nada, pero para nada, en que Crouch iba a ser justo conmigo. Estaba seguro de que quería hacerme caer a toda costa. Subí la escalera de piedra y golpeé fuerte la peurta de entrada. Dumbledore me invitó a pasar desde el otro lado.
-El señor Crouch llegará en unos minutos por la red Flu. -dijo, y señaló la chimenea.
Asentí con la cabeza, y cuando vi que Dumbledore caminaba hacia la puerta, me percaté.
-¿Usted no... no va a estar presente?
-Lo lamento -dijo -Pero no me lo permiten. -Y se fue.
A los pocos segundos, las llamas verdes salieron de la chimenea, Y Bartemius Crouch, acompañado por dos Aurors, entraron triunfalmente en el despacho.
viernes, 20 de agosto de 2010
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