
Lucius entró corriendo al comedor donde Narcisa y yo estabamos cenando, empapado de piez a cabeza y con su largo y rubio pelo revuelto a más no poder.
Su cara expresaba terror.
-¡Hay que salir de aquí, ahora! ¡Narcisa, ódrenale a los elfos que no hablen con nadie más que con nosotros!
-Lucius, ¿qué ha pasado? -preguntó Narcisa alarmada.
Lucius atravesó el comedor y la tomó desesperadamente en brazos.
-Nos han descubierto, saben... saben todo. Pronto, hay que destruir todo, ya mismo.
Narcisa tomó su varita y comenzó a incendiar todos los muebles, tapices, cuadros y objetos de la mansión. Lucius desapareció por la puerta, y supuse que fue a hacer lo mismo en los pisos superiores.
Qué desastre, qué pérdida!
Una vez que les dieron las órdenes a los elfos domésticos para que se escondan y no hablen con nadie, los tres nos desaparecimos de la casa en llamas, dejando lo que parecía una catástrofe. Ah, y también dejé un pedazo de mi hombro cuando me despartí al desaparecerme.
Hay diferentes tipos de dolor. Está el dolor que sientes cuando uno de esos magos rudos te aprieta hasta el máximo la mano cuando te saluda, porque cree que es un gesto muy de hombre, y está el dolor que sientes cuando te falta un pedazo de tu cuerpo. Duele tanto, pero tanto, que no te duele nada. Es como el frío; cuando hace mucho frío, la nieve te quema. Es loco, pero es asi.
No sabía dónde estábamos, recuero vagamente que me recosté sobre el suelo mientras Lucius me aplicaba díctamo en el hombro. No lo ví, pero podría reconocer su olor a metros de distancia. Luego sentí como levitaba suavemente, aún en posición vertical. Y después no recuerdo nada más.
Cuando me desperté, estaba en un cuarto a oscuras completamente. Hacía mucho frío a pesar de ser Julio, la sangre se me congelaba en las venas. Me levanté de la cama en la que estaba acostado, pero el mínimo movimiento de mi brazo derecho me hizo recordar el incidente con mi hombro. Posé lentamente mi mano sobre éste, con algo de miedo, pero toda la carne estaba en su lugar. Dolía a mares, pero lo importante era que me habían puesto díctamo a tiempo.
Luego de recorrer la habitación con los braos extendidos, como si fuera un ciego dentro de un enorme laberinto, me di la nariz contra la puerta. La abrí y me encontré con un corredor apenas iluminado por unos cadelabros con forma de serpiente que colgaban del techo. Al final del pasillo había una escalera, por la cual bajé y me encontré con otro pasillo plagado de puertas, candelabros con forma de serpiente, tapices y alfombras. Ah, sí que me dolía el hombro! Quizás hubiera sido mejor quedarme un rato más en la cama. De repente, una de las puertas se abrió y un chico de mi edad apareció por ella. Me miró de arriba abajo, con una expresión seria pero graciosa a la vez. Lo conocía de algún lado, creo que estaba en Slytherin también...
-Eres Severus, ¿Verdad?- me preguntó alzando la voz.
Asentí levemente con la cabeza mientras me tocaba el hombro inconscientemente.
-Soy Regulus, Regulus Black.
Claro, de ahí lo conocía. Era el hermano menor de Sirius.
-¿Dónde estamos? ¿Dónde está Lucius?- le pregunté, buscando la respuesa en sus ojos grises.
-Han salido, él y Narcissa. -me contestó, mientras atravesaba el corredor y pasaba por mi lado. -Estas en mi casa, por cierto.-Y desapareció por detrás de una puerta.
Me quedé parado un rato pensando si Regulus era igual de idiota que su hermano. Estaba seguro. Luego, abrí la puerta por la cual Regulus había entrado y me encontré con una amplia cocina, con el suelo de piedra y una larga y elegante mesa en el centro. La verdad era que tenía hambre.
La situación era la siguiente: fue todo una falsa alarma, pero no tan falsa. Los rumores de que querían derrocar a la Ministra de Magia habían cobrado fuerza, por lo que desde el Ministerio comenzaron a hacer "necesarias investigaciones a las residencias para garantizar la seguridad de las familias", asi habían dicho. Pura mentira, claro está. Y antes de que lleguen a la mansión de Lucius, era preferible que se encuentren con un desastre, eso los confundiría muchísimo. Asi que lo mejor fue trasladarnos, por lo menos por un tiempo, a la antigua casa de los Black. No era la mansión de los Malfoy, pero cualquier cosa era mejor que mi casa en la Calle de la Hilandera. Iba a cumplirse casi un año que no me daba una vuelta por allí... Al fin y al cabo, ¿para qué? Odiaba a mis padres. Los odiaba tanto pero tanto, ni se imaginan. Eran distintas las razónes para cada uno de ellos. Mi madre, por ejemplo. Eileen. Era una mujer muy infeliz, yo lo comprendía, pero no había motivo para que siempre se las agarre conmigo. Si mi padre llegaba tarde del trabajo, o se caía algún libro de su amada biblioteca (amaba a sus libros más que a su propia vida), Severus tenía la culpa. Maldito Severus, cuándo será el día en que te largues de aqui! Siempre me amenazaba con eso, pero sabía que si me iba, las lágrimas rodarían por su cara hasta que vuelva. Todas las madres son iguales en ese aspecto. En cuanto a mi padre, bueno...Tobias era la peor persona que he conocido en mi vida. Sacando el hecho de que sea muggle, era un hombre en el que no podías confiar para nada. Nunca, pero nunca cumplía una promesa. Siempre faltaba a su palabra. Y el idiota que siempre le creía, que siempre confiaba en él era yo. Al principio me dolía, luego me acostumbré. Y ahora me da risa. Qué hombre, mi padre. Digo, debió ser difícil para él estar con una bruja.
Como sea, me alegro no saber de ellos, ni que ellos sepan de mi. Seguro estaban confiadísimos de que estaba en el colegio pasando las vacaciones, o en la casa de algún amigo. Me hubiera encantado ver la cara que poníán si se enteraban de dónde me había metido, yo solito, sin ayuda de nadie. "¿Lo ves madre?" le hubiera dicho "Tu deseaste que me fuera, y lo hice. Y mira lo que me ha pasado por tu culpa" Y luego me dirijiría a mi padre y le diría "Mira, yo si sé cumplir promesas. Si digo que me largo para no volver, lo hago. No como tú, cobarde" Si, eso era exactamente lo que le hubiera dicho. Cobarde. Por suerte, sólo había heredado su nariz, y no su cobardía.
Los días en esa casa eran más aburridos que en la mansión. No se podía salir de ahí, por lo que era agobiante. El desfile de gente era igual o incluso mayor que en la casa ed Lucius, pero yo casi nunca veía a nadie; siempre estaba en uno u otro cuarto, matando el tiempo. O sino, estaba en la cocina recibiendo clases de la mano de Bellatrix.
Era una tortura. Intentaba enseñarme oclumancia y legeremencia, pero me caía tan mal (y yo a ella) que se hacía insoportable. Fue una tarde de julio cuando progresé de una manera espectacular
-Ya es suficiente, basta!
Estaba apoyado sobre una de las mesadas de la cocina, respirando entrecortadamente y sudando de pies a cabeza
-¿Basta, dices? Ja! Acaso no esperaba más de un sangre sucia como tu, Snape. El Señor de las Tinieblas va a replantearse seriamente el haberte grabado el antebrazo...
Sabía que Bella estaba feliz. Podía verlo en sus ojos, rodeados por esos gruesos parpados negros.
Habíamos pasado toda la tarde encerrados en esa mohosa y fría cocina, intentando no asesinarnos mutuamente y queriendo aprender Legeremencia
-Mira quien lo dice; no hace mucho que has conseguido tener tu Marca en el antebrazo. Si no fuera porque te casaste con ese Lestrange no...
Y me detuve. Esas palabras salieron de mi boca? Como diablos sabía eso? Y lo mas sorprendente era que tenía razón! El rostro de Bella se petrificó, e inconcientemente se toco el antebrazo izquierdo con la punta de los dedos.
Volví a mirarla a los ojos, tan negros como siempre pero esta vez los sentí mas cerca de lo común, como si fueran los mios propios...
Una Bellatrix de unos años mas jóven estaba tendida en el suelo de la cocina de los Black, rodeada por dos mujeres que no conocía y derramando unas pocas lágrimas.
-Tan sólo mirala, madre! Ni siquiera sabe utilizar la varita!
-Silencio, Andrómeda! No interesa qué tan bien use su varita, lo que interesa es que el chico Lestrange quiere emparentarse con nuestra familia, y asi va a ser!
-Madre, sabes que Rodolphus va a llevarla por mal camino! No permitas que...
-Al menos Rodolphus no es un asqueroso y despreciable muggle!- Exclamó Bella desde el suelo, aún con lagrimas en los ojos. Al ver la expresión de su madre, se dió cuenta de que debería haberse ahorrado esas últimas palabras.
-CÓMO QUE...? MUGGLE? ANDRÓMEDA, EXPLICATE YA!
Tras el mar de gritos que se escuchó a continuación, salí de los recuerdos de Bellatrix agitado y (no necesitaba un espejo para saberlo ) más pálido de lo común.
Salí de la cocina lo más rápido que pude, dejando a Bellatrix en estado de shock. Subí los dos pisos hasta llegar a mi habitación. Entré y cerré la puerta detrás de mi, y no pude evitar soltar una carcajada. Pensar en Bellatrix como una niña inocente era... gracioso. Divertido incluso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario