Junio, 1980
La luna se asomaba detrás de una gigantezca nube negra, apenas resplandeciento. El frío era totalizante, congelaba todas mis extremidades. Pero la euforia del momento me permitía avanzar. No estaba solo: Barty Jr. me acompañaba. Bellatrix había ido en busca de un tal Karkaroff, que venía de Bulgaria y quería unirse anuestra causa. Lo traería esa noche de todos modos, como un respaldo.
Mientras caminaba por la acera, los gritos de esa mujer todavía seguían resonando en mi cabeza. Le habíamos echado el maleficio Cruciatus tantas veces que había muerto de dolor, supongo. Según Bella, ella podría haberselo aplicado más tiempo sin que muera, y pensaba practicar esa noche con los Longbottom. La despreciable Bellatrix. ¿Podía tener una mujer tanto odio, tanta sed de sangre?
¿Y qué había de mi? "Estás donde debes estar, haciendo lo que debes hacer" me contestaba a mí mismo cada vez que esa pregunta aparecía en mi cabeza.
Por suerte, esto era lo último. Si los Longbottom no era la familia que el Señor de las Tinieblas buscaba, sólo quedaría una, por lo que no hacía falta que intervengamos. Asi que había decidido ayudar al Señor de las Tinieblas a acabar con el niño de la profecía (ya que era yo el único Mortífago que sabía de la existencia de la profecía) y lueg ome iría, lejos de Inglaterra, lejos de todo lo que conocía. Quizás con Lessie, quizás solo... No me importaba, sólo quería irme.
Habíamos tardado un mes en encontrar a los Longbottom, fue fácil comparado con los Cattermole. Su hijo, Neville, nacería a fines de Julio, por lo que debíamos secuestrarlos y esperar sólo treinta días para que el chico nazca. Se habían refugiado en la costa oeste, bastante lejos de Londres, en una cabaña que daba la impresión de estar deshabitada.
-Vamos, es hora. -me dijo Barty. Salí de mis pensamientos, y lo imité haciéndome humo y apareciendome al lugar de encuentro.
El frío que provenía del mar y el olor a sal y humedad eran muy intensos. Nos aparecimos sobre una colina, desde donde podíamos ver la casa claramente. A los pocos segundos, Bellatrix, ataviada en una negra capa de viaje, se apareció a nuestras espaldas, con dos mortífagos más, del cual supuse que uno era Karkaroff.
-Allí es .-dijo ella, señalando con su varita, lista para matar.
-Vamos, entonces.- le dije, con los ojos fijos en aquella casa desolada. Descendimos la colina, hundiendo nuestros pies en la arena y sin hacer ruido, rodeamos la casa en pocos segundos. Era Barty Jr. quien estaba más cerca de la puerta, por lo que la abrió con un movimiento de varita y e ingresó primero. Bella no fue paciente y lo siguió de inmediato, dejándome a mi y a los otros dos mortífagos afuera, vigilando.
Gritos, aullidos, estallidos. Una mezcla inaguantable de sonidos salieron de la casa por un buen rato. Y pasaron los minutos, varios de ellos... ¿Por qué tardaban tanto? Yo debía quedarme afuera vigilando, pero decidí cambiar de posición.
-Tú, vigila. -le dije a uno de mis compañeros, mientras empuñaba la varita y entraba a la casa.
La escena era horrible: sangre por todos lados, los muebles partidos en miles de pedazos, las paredes adornadas con cráteres, producto de poderosas maldiciones. Atravesé el comedor destruido, guiándome por los gritos que venían del piso de arriba. Subí las escaleras de madera rápidamente, sin saber con lo que me encontraría.
Mis ojos casi salen de sus órbitas al ver a la jóven Alice, embarazada y tumbada en el piso, casi sin vida. Frank estaba contra la pared, mirando con desesperación a su esposa. De pie, Bellatrix y Crouch alzaban sus varitas una y otra vez, mirando con regocijo como Alice se retorcía en el suelo.
-¿Qué están haciendo? ¡ALTO! -grité. Pero ninguno me hizo caso. Estaban tan... entusiasmados, disfrutando la escena. Me dio asco. Una y otra vez, la maldición Cruciatus caía sobre Alice, quien seguramente sentiría cientos de cuchillos clavándose en cada centímetro de su piel...
Me di media vuelta, bajé las escaleras salteando los escalones de tres y salí de la casa, caminando por la arena sin rumbo. Casi corría, pero no me daba cuenta. Luego me caí (o me deje caer) sobre el suelo, con medio rostro apoyado al piso, sintiendo cómo se perdían mis lágrimas.
-¡COBARDE!- me grité a mi mismo, entre sollozos.
viernes, 26 de marzo de 2010
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