Dos años más tarde.
Qué pérdida de tiempo. Ese hombre no podría predecir una lluvia a mitad de Julio. Pero las órdenes eran órdenes, y yo no era nadie para cuestionarlas viniendo diréctamente de Él.
Se levantó de la mesa y ya no pude escuchar más sus pensamientos. Entonces me levanté también, y salí detrás de él a las frías calles de Londres.
Era más de medianoche. La ciudad estaba casi vacía, ya que era un día de semana y la mayoría de los muggles tenían fábricas a las que asistir mañana. Aquellos despreciables muggles habían llenado al país de ese humo negro, que inundaba las calles. Los turistas tomaban eso como un atractivo, como una maravilla más que ver en la ciudad. Pero no era más que otra razón por las que odiarlos. Distraído en mis pensamientos, perdí por un segundo al hombre al cual seguía, pero estaba tan ebrio que no caminaba tan rápido. Dobló a la izquierda cuando llego a la esquina, y apreté el paso para no perderlo. Me encontré con una calle angosta, donde el silencio reinaba. Había cavado su propia tumba. Lo alcanzé, saqué mi varita y lo acorralé contra la pared con una mano, mientras lo apuntaba. Despedía un terrible olor a alcohol muggle.
-No tengo dinero, muchacho, acabo de...
-No quiero tu dinero. ¿Eres Aurelian Trelawney?
-¿Yo? No, solo soy un tipo que...
Hice presión con mi varita en su cuello, y pareció entender perfectamente la situación en la que se encontraba. Pero como no quería perder más tiempo, recurrí a un método infalible. Saqué una ampolla de Veritaserum con mi mano izquierda y le dí tres gotas. Una vez las tragó, volví a preguntarle.
-¿Eres Aurelian Trelawney?
-Si. -respondió, con un tono seco.
-¿Eres adivino?.
Me negó con la cabeza. No, era la pregunta equivocada.
-¿Tienes el don de la adivinación?
-Todos en mi familia....
-¡Ya lo sé, ya lo sé!- Había escuchado esa explicación tantas veces... No era el primer Trelawney al que interrogaba, pero por suerte quedaban pocos.
-Escuchame bien, ahroa voy a matarte. -le dije claramente para que me entienda. -Asi que es hora de que hagas todas las profecías que tengas que hacer, ¿entendido?
El hombre me miró, con tanto pánico en los ojos que sentí que se le iban a caer.
-Si, entendido. -cerro sus ojos, y cuando hablo, lo hizo en una voz rara, distinta, como todos los Trelawney lo hacían.
-Será la última gota del vaso la que saciará tu sed. Será la última gota del vaso la que marcará Su fin. -y dicho esto, volvió a su estado normal. Otra vez la misma metáfora vacía, insulsa. Solté a Trelawney y le di la espalda, cargado de ira y amargura. Escuché sus pasos lentos, y sentí su deseo de escapar. Me di vuelta y lo vi alejarse a toda prisa. Lo apunté a la distancia, y concentré toda esa ira y esa amargura para pronunciar:
-Avada kedavra.
El cuerpo hizo un ruido sordo al caer en el sólido empedrado de la calle. Guardé mi varita y empecé a caminar en dirección opuesta, poco satisfecho con lo que había oído esa noche.
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