Temblaba de pies a cabeza, mi respiración subia y bajaba su velocidad constantemente, al ritmo de los latidos de mi corazón. No recordaba haber estado tan nervioso, a no ser algún que otro día en el castillo. Tomé el vaso de whisky de fuego con mi mano, pero volví a dejarlo sobre la mesa. Mi mano temblaba descontroladamente, y el vaso tampoco tenía mucho whisky que digamos. Crucé mis brazos y miré a mi alrededor, buscando alguna cara conocida. ¿Y si Barty Jr me había tendido una trampa? ¿Y si me había dado mal la información, y en ese momento era él quien estaba capturando a Trelwaney? Ojalá asi fuera. Pero no.
Hacía unas cuantas horas ya que estaba en Cabeza de Puerco. Nadie sabía que yo estaba allí, absolutamente nadie. Estaba sentado en una mesa, apartado de las demás. ¡Qué inconsciente que me había vuelto! Alguna vez había cometido errores de gran magnitud, y había aprendido de ellos. Pero hoy en día, esos errores no eran nada. ¿Qué estaba haciendo? Cumpliendo una misión tan patética y cuestionada, para un mago tenebroso que, muchos decían, había perdido la cordura. ¿A qué precio? ¿Cómo había llegado ahí? Ah, es fácil. Renuncia al amor de tu vida, contempla como tus amigos te abandonan, asimila el hecho de que tu enemigo es mejor que tú en todos los aspectos, y encontrarás refugio en los Mortifagos. No hay que olvidarse de ver morir a tu padre y a tus compañeros, eso es importante. Enorme era la partida, mediocre fue el jugador que tuvo tan buenas cartas y no supo utilizarlas. Una lástima, porque ese jugador era yo. "Sal de ahí, date la vuelta y abandona todo" podrán decir. Pero ese era mi lugar, me lo había ganado, y con honor haría lo que mejor sé hacer: cumplir con mi palabra y no acobardarme por ello, jamás arrepentirme de mis decisiones. Y lo hacía bien, claro que si.
La noche llegó, y con ella una torrencial lluvia. El bar estaba muy lleno, algo inusual en Cabeza de Puerco. Pasadas las once de la noche, la puerta se abrió una vez más y dejó paso a una mujer jóven, empapada de pies a cabeza, con su cabello revuelto por el viento. Era bastante baja, de una complexión débil y muy flaca. De su hombro colgaba un enorme bolso de piel de dragón, que agarró fuertemente con sus dos manos al ver la calidad de magos que la miraron cuando entró al bar. La muchacha subió rápidamente las escaleras que llevaban al primer piso de Cabeza de Puerco, donde había habitaciones reservadas y más comodas para mantener una charla. Eso me bastó para saber que esa jóven era Sybill Trelawney. Le dí unos segundos de ventaja, y luego tomé mi varita y me puse la capucha de mi capa, decidido a sacar a esa mujer de allí como sea. Subí las escaleras lentamente, ya que no quería alarmarla. El primer piso era un simple pasillo, donde de un lado de la pared había cuatro puertas, y del otro las enormes ventanas que daban a la calle de Hogsmeade, adornadas con largas y pesadas cortinas negras. La única puerta que estaba abierta era la del fondo, por lo que supuse que Trelawney estaría allí adentro, esperando a Dumbledore. Medí mis pasos con exactitud, tratando de no pisar ninguna madera que crujiera ni nada por el estilo, mientras me acercaba a la habitación.
Pero unos pasos detrás de mi me alarmaron. Me dí vuelta rápidamente y me escondí detrás de una de las cortinas negras, enfrente de la habitación donde la vidente esperaba. Dumbledore llegó al primer piso, algo mojado también, pero seco en su totalidad y con una expresión seria en su rostro. Paso por delante mío justo después de que le eche un encantamiento a la cortina para que no pueda saber que yo estaba allí. Entró a la habitación, escuché como saludaba fervientemente a Trelawney y para mi decepción, cerró la puerta con un movimiento de su varita.
La noticia de la muerte de Regulus no me sorprendrió en lo absoluto. El dolor llegó a mi corazón, por supuesto, pero me había preparado para aquello. Supongo que fui la última que lo vió con vida, a él y a su elfo doméstico.
-Es enserio, esto se ha tornado muy peligroso, Lessie. -me había dicho con tanta sinceridad. -Abandona ahora que puedes, te lo suplico.
-Si no me das alguna explicación...
-Es que no puedo! Si te contara todo lo que sé, te involucaría a ti también, y eso es lo último que quiero! ¡Poner a la gente en peligro! Te lo pido por última vez, abandona todo esto, vete de Inglaterra y regresa cuando el Señor de las Tinieblas haya caído.
-Pero... ¡¿Qué dices?!
-Lo que escuchaste, Él va a caer pronto. Créeme, por favor.Su mirada suplicante era toda la garantía que necesitaba saber. Aunque tenía la Marca grabada en el brazo, hacía meses que no cumplía órdenes para el Señor de las Tinieblas. Estaba muriendo por dentro, Severus me estaba matando. Quizás era la palabra de Regulus lo que necesitaba para abandonar todo eso, probablemente me convenía hacerle caso.
-Esta bien -le había dicho. -Resolveré algunas cuestiones y saldré del país en cuanto pueda.
Luego de eso se fué, y a las pocas horas su cadáver había aparecido a muchos kilómetros de Londres, sin vida. El Señor de las Tinieblas le dijo a Dolohov que le comunique al resto de sus mortífagos que, si seguían el mismo camino que Regulus, acabarían igual que él. Nadie se atrevería a cuestionarle de ahí en más.
Había empacado casi toda mi ropa y mis objetos personales, estaba a punto de abandonar Inglaterra, pero no del todo. Una parte de mí se quedaría, y no podía irme sin ella. Por lo que cerré mi bolso, me vestí y salí en busca de Severus.
sábado, 13 de marzo de 2010
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