miércoles, 3 de marzo de 2010
Capitulo 2
-Perdió la cabeza.
-Nunca pensó con claridad, siempre lo supimos.
-Si, pero este es el límite.
El sol se asomaba por las altas ventanas cubiertas por ese vidrio que le daba un toque tan elegante a la Mansión, que uno sentía que estaba en un palacio. Los cuadros que colgaban de la pared abrían sus ojos lentamente, aunque llevaban despiertos unas cuantas horas ya, atentos a las palabras de los dos hombres que discutían.
-Tiene el Ministerio, tiene a las familias más poderosas de la sociedad mágica, ¿qué mas puede pretender? ¿qué puede amenazarlo ahora?
-No estoy seguro -decía Lucius Malfoy, mientras acariciaba su barbilla con su mano izquierda, mientras que con la otra sostenía un bazo de vino de elfo. -Creo que debemos elegir entre confiar, o no hacerlo. Debemos suponer que sabe lo que hace.
-Bien, entoces yo decido no confiar. -replicó el otro mago, quien, a diferencia de su compañero, estaba de pie en la sala. -Lucius, apoyo la causa, y doy mi vida y mi fortuna por ella. Pero no voy a seguir a un loco que se la pasa persiguiendo videntes. Es lógico que le encargue esos trabajos a los idiotas, pero ¿a mi? ¡Yo no me uní a esto para perseguir supuestos adivinadores!
-Regulus, no tienes opción. Además, es solo una pobre mujer. No tendrás porqué hacerle daño siquiera, hablará fácilmente. Puedes traerla aquí, si lo deseas.- Dijo Lucius, sin importancia. Le causaba placer esa situación, le causaba placer ver cómo un mago de tal clase como Regulus Black, quien se había ganado su alto puesto entre los Mortifagos, era rebajado a una misión tan indecente, mientras él se quedaba en su mansión, rodeado de sus lujos, donde de vez en cuando recibía algun que otro muggle para torturar. Un pequeño sacrificio que aseguraba su posición.
-Olvídalo. Hasta aquí he llegado. -dijo Regulus, de cara a la chimenea. Mientras le daba la espalda a Lucius, meditaba contarle eso que tanto ansiaba. No por ser Lucius, sino que quería decírselo a alguien. Pero sabía que no debía. Lo suponía desde hace mucho, lo había comprobado hace poco. Pero no iba a abrir la boca, él solo se encargaría. Hacía meses que había dejado de apoyar a Voldemort en su causa. El Señor de las Tinieblas había cambiado tanto... el poder lo había enloquecido, como a todos. Si él hubiera seguido a su hermano, ¿quién sabe? Quizás estaría en un mejor lugar, o quizás no. Pero era tarde para pasarse de bando, ahora era una rata encerrada en una jaula, rodeado de perros feroces. No podía salir, no podía borrarse la Marca del brazo. Cerró sus ojos y respiró profundamente.
-Como sea- dijo Lucius, mirando su copa brillar a la luz de la chimenea. -¿Te dije que Narcissa está embarazada?
Sólo quedaba una. Después de Aurelian, interrogué a su hermano menor Edmund pero repitió las palabras que todos sus primos, hermanos y parientes repitieron. También tuve que asesinarlo, pobre chico. No tenía más que quince años, tal vez dieciséis. Pero estaba feliz. Quedaba una Trelawney ahora, Sybill era su nombre. Si no conseguía sacar algo de ella, el Señor de las Tinieblas se enfadaría muchísimo. Iba a costarme trabajo, ya que los Trelawney se habían escondido bien, al igual que los Rickson y los Louirett, familias videntes, también. ¿Porqué lo buscabamos? Nadie se atrevía a preguntar. Muchos decían que el Señor de las Tinieblas había enloquecido, que veía su fin y quería tener un vidente que le diga qué pasaría en el futuro y qué debía hacer él. Yo no creía eso. Supongo que... tener videntes de nuestro lado era ventajoso. La dichosa Orden del Fénix nos complicaba mucho las cosas, aunque nos habíamos llevado unos cuantos e ellos. No tenían oportunidad ya, pero mientras Dumbledore siga a la cabeza, existía un ápice de esperanza para quienes no apoyaban el régimen del Señor de las Tinieblas.
Busqué una camisa en la oscuridad de mi habitación, ya que hacía frío y estar con el torso desnudo no ayudaba para nada. Encontré una que me quedaba algo ajustada, pero me la puse de todas formas. No pude evitar tocarme la herida que tenía en el hombro izquierdo. Me la había hecho hace meses en una batalla, pero no había sanado todavía. Podría hacerla sanar con alguna pócima pero no tenía tiempo para eso. Había abandonado el hábito de elaborador de pociones hacía mucho, me traía tantos malos recuerdos.
Tomé un par de galleons que había sobre la mesa, mi capa de viaje, y salí de esa casa justo cuando el sol se asomó por el horizonte. Hacía ya seis días que había estado en esa casa, y los muggles que vivían en ella regresarían en cualquier momento. Pisé las cartas que había en la entrada, todas dirigidas a mí. Ya no las abría siquiera, no me molestaba en ver quién las enviaba. Siempre era la misma persona. Caminé un par de pasos sobre la húmeda calle londinense, y cuando me aseguré de que nadie me veía, me desaparecí.
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