jueves, 4 de marzo de 2010
Capitulo 4
Un día soleado de Agosto, se encontraba tirado en el pasto de los terrenos del castillo. Pero era el Severus adulto, no el estudiante. Escuchaba voces, murmullos y risas que provenían de lejos. Sentía el viento acariciar sus mejillas. Y de pronto, se puso de pie y comenzó a caminar hacia las voces. ¿Qué era lo que decían? Se adentró en el Bosque Prohibído, sin sentir miedo. Y las voces desaparecieron. De pronto, un ciervo enorme aparecía entre los árboles, montado por una niña de unos nueve o diez años, pelirroja y muy bonita. Ella lo miraba, y él no pudo evitar sentir vergüenza. Sabía que esa mirada era de reproche, la conocía.
-No quise... sabes que yo...- pero no podía seguir hablando. La angustia lo enmudecía, la vergüenza lo dejaba sin voz. Entonces se dió cuenta de que sostenía una botella de fino vidrio en su mano, llena de un líquido negro intenso. La destapó y tomó un trago, con la esperanza de que esa pócima alivie su dolor, que lo mate si era necesario.
Y ahí se despertaba.
Para ser enero, hacía demasiado calor, por lo que no tenía nada puesto en el pecho. Por lo menos, no esa mañana. Ya no me importaba mi aspecto personal, probablemente nunca me había imporado. Sólo me preocupaba porque mi pelo negro y grasiento no pasara más alla de mis hombros, ya que no me gustaba tan largo ni tan corto.
Me puse a pensar en eso al ver mi reflejo en el espejo. No por mi propia voluntad, sino que las camas de las habitaciones de "El Caldero Chorreante" tenían un espejo justo en frente, y la súbita pesadilla que acababa de tener me había hecho pararme de golpe. Empapado en sudor, me levanté de la cama y me cubrió los ojos, protegiéndolos de los fuertes rayos de luz que se filtraban por la única ventana. Tanteè la mesa con la mano, tomé mi varita y cerré las persianas agitándola. Luego, encendí las velas que colgaban de una lámpara del techo, y volví a recostarme, intentando recordar.
No dormiría por unos cuantos días, eso estaba más que decidido. Y practicaría aún más la oclumancia, ya que por noches olvidaba dejar mi mente en blanco antes de dormir.
Unos suaves golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos.
-¿Qué quiere?- pregunté groseramente aún desde la cama.
-Un hombre lo busca abajo, señor.
-Esta bien, dígale que espere.
Crucé los brazos por detrás de mi cabeza y me quedé contemplando el techo un buen rato. No solía tener sueños... que raro. Me cambié, guardé mi varita y bajé las escaleras para encontrarse con su visitante.
Regulus contemplaba el lugar con una mirada fría, cargada de asco. Si uno veía la escena en un plano más amplio, el jóven Black, con su pañuelo de seda y su túnica de primera calidad no encajaba con los magos que lo rodeaban, vestidos con viejas capas de viaje, ebrios y tan desganados.
-Hasta que te decides a bajar. -me dijo con una media sonrisa.
-Tuve que pensarlo mucho, hay mucha gente que me busca ahora, ¿sabes? Entre ellos, tu hermano.- respondí, y me senté en una silla. Regulus hizo lo mismo.
-Oh, no creo que Sirius esté buscándote en este preciso momento, Severus. Mas bien, diría que está buscando su túnica de gala...
Le dediqué una mirada fría y seca, y pareció entenderme.
-¿No te has enterado la feliz noticia?
-¿A qué has venido, Regulus?
-Trelawney. ¿Qué tanto sabes de la última de la familia?
Estudié la expresión de su rostro, buscando alguna explicación, pero fue en vano.
-Poco y nada. ¿Por qué debería?
-Mira, sé que estás detrás de ella. Y no pretendo robártela, te la regalo. Sólo quiero que sepas que el Señor de las Tinieblas me ha ordenado buscarla también.
-Mientes.
-Sabes que no. Vamos, usa alguno de tus filtros, lee mi mente, haz lo que tengas que hacer. Te digo esto para que sepas que estás a tiempo de abandonar todo esto.
Me levanté de la silla y le di la espalda. Él me imitó, y agarró mi brazo para detenerme.
-No tengo ganas de escuchar tus teorías otra vez. -le dije.
-Severus, es enserio. Puedo demostrártelo, se ha metido con magia que no entiende, que nadie entiende!
Me di vuelta para tenerlo cara a cara y lo agarré del cuello, empujándolo hacia atras, para acorralarlo contra la pared.
-Ve a contárselo a tu madre si tanto miedo te causa. -le dije con rabia. -Pero a mi déjame en paz. Estoy en esto hasta el final, y nada me hará salir corriendo.
Lo solté y subí las escaleras hacia mi habitación. Fue la última vez que vi a Regulus Black.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario